ANTIGUA IGLESIA DEL CRISTO DE LAS CADENAS


Postal de la colección de Teresa Martín.
Si bien la devoción al Santísimo Cristo de las Cadenas es antiquísima, no tenemos documentación de cómo sería su primitivo santuario, salvo que por su tamaño tuvo varias ampliaciones hasta ser finalmente sustituido por uno mayor.  Aquel nuevo templo fue construido por el arquitecto Juan Miguel de la Guardia en los años 90 del S. XIX en estilo neogótico. Constaba de una nave única con ábside plano más reducido y la sacristía acoplada al lado del Evangelio. A los pies, la entrada y el atrio con triple arcada sobre la que se asentaba el coro. En 1893 ya se habla del esplendor de la nueva ermita a la que aún falta la falsa bóveda de madera.

Interior del Santuario en los años 30.



Es muy sencillo imaginar cómo serían sus proporciones ya que el actual Santuario reaprovecha los cimientos del anterior, teniendo por tanto la misma planta aunque menor altura.
La fachada combinaba el ladrillo visto y la piedra con un gran ventanal a la altura del coro, dos pináculos a los lados y una espadaña en la parte superior. Los muros laterales estaban encalados y contaban con tres contrafuertes y sendos ventanales a cada lado.
En el ábside y bajo una bóveda de crucería decorada, se encontraban las imágenes del Santo Cristo, la Virgen y San Juan, estas dos de vestir. Sobre el retablo neogótico que las cobijaba se abría un gran ventanal, paralelo al de la fachada que junto con los demás crearían un espacio lleno de luz y claridad reflejados en los sillares pintados del muro.
En los laterales se encontrarían las imágenes de San Antonio de Padua y Ntra. Sra. del Carmen, cuya devoción se sigue manteniendo en nuestros días. Aquella desaparecida Virgen del Carmen fue encargada en 1883 a un escultor valenciano –tal vez Romero Tena- por un grupo de jóvenes de la Parroquia de San Pedro.  Otra donación sustancial al Santuario fue la que en 1926 realiza la feligresa Dña. Concha Olivares de Rodríguez San Pedro, de un Sagrario en bronce dorado salido de los talleres del sacerdote Félix Granda Buylla. Al año siguiente, los devotos costearían un Vía Crucis de los talleres de Olot en pasta de cartón-madera.
Aunque no contamos con más documentación, serian muchos los regalos realizados al santuario a lo largo del tiempo así como los exvotos que cubrían los muros de la capilla: ropas, muletas, cuadros y figuras de cera depositados en acción de gracias a Cristo Crucificado.
Tenía también esta capilla una reliquia del Lignum Crucis que se ofrecía a veneración en las fiestas más importantes, como la del propio Cristo, la de la Virgen del Carmen o por San Juan Evangelista.

Luis Muñiz-Miranda. 1895.
Rosetón en la nueva iglesia inspirado
 en la imagen destruida del Cristo.
Con el estallido de la Guerra Civil en julio de 1936, Oviedo queda sitiado por el frente popular y uno de los puntos clave del cerco es la colina del Cristo de la Cadenas. El domingo 28 de septiembre de 1936, según relatan las crónicas, ya no pudo celebrarse la tradicional romería siendo la situación del santuario preocupación de muchos ovetenses y devotos de toda la región. En abril de 1937, las fuerzas republicanas colocan una pieza de artillería frente al pórtico del templo, creyendo que por respeto a este no serían atacados, pero siete proyectiles lograron callar la pieza sin provocar daño al edificio. En los meses siguientes volverán a producirse ataques sobre la población desde el Cristo y alrededores hasta finalizar completamente con la ofensiva de la aviación de los Sublevados el 17 de octubre de 1937. Desconocemos el momento exacto en que fue destruido el Santuario e incluso si fue provocado por ambos bandos. El resultado son apenas los cuatro muros, con la fachada totalmente destruida, ametralladas las paredes y desaparecida la venerada imagen, que había sido profanada por los sitiadores. Nada se pudo recuperar de las ruinas que algunos aprovechaban para fines propios, únicamente sabemos que las cadenas de plata que rodeaban la imagen fueron guardadas antes de la guerra por una familia de la ciudad y que luego pasan a manos del sacristán, donde se pierde la pista.

Adolfo Armán. 1937.

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